Habíamos quedado de vernos después de que saliera de mi trabajo, le había escrito que parecía secre porno, sólo ocupaba los lentes.
Vestido, tacones, panties. Pues sí, lo acepto, me veía bien, no rica, guapa.
Me creaba curvas y cintura que nunca había tenido. Guapa, muy guapa.
Me temblaba el corazón, las piernas tambaleaban, me sudaban las manos, sentía que jadeaba como perro en celo, sentía una ansiedad, un hollito como de hambre, algunos ilusos podrían decir mariposas en la panza... Pues no, eran ganas, terribles ganas.
Lo vi, nos vimos... Aruñó mis panties... Ufff.
Decir que recuerdo cómo estaba vestido, que dijo... No, mentiría. Benditas ganas...
-¿Para dónde vamos?
-Ni ideaaaa.
-Mmm, tengo una idea. Podemos ir a mi casa y traer la llave de la casa de mis abuelos.
-Ok
Cierro los ojos y recuerdo la casa... Sí, una casa de abuelos. Colorida, con ese calorcito y llena de tiliches ordenados sin orden lógico. Ese tipo de casas, tienen tantos adornos, que uno se pierde y vuelve a empezar al mismo adorno sin querer.
Y así sin más me empezó a besar en el marco de la puerta. Él con su grandeza, me perdía en su cuerpo, en sus besos. En mis miedos, en mis ganas, mi ansiedad. Uffff.
Me llevó al cuarto de sus abuelos...
Ooooohhh Jebús, era un mar de santos... No era que estuviera viendo ángeles. Nooooo.
Estaba lleno de santos.
Santos, muchos santos.
Una cama matrimonial y un camarote, de esos de resortes, de los viejos. Un catre, con cobija de animalitos.
Hubo que apagar la luz. Las ganas eran muchas.